Historia, leyendas y curiosidades de nuestra ciudad.

Historia, leyendas y curiosidades de nuestra ciudad y sus alrededores

viernes, 11 de enero de 2013

Iglesia de san Vicente, mártir, -III y final.

Terminamos en esta entrada la visita a la iglesia de san Vicente, que hoy dedicaremos al presbiterio, con su Retablo Mayor, y a la nave del Evangelio.

Nos habíamos quedado ante la capilla de la Hermandad de las Penas. Vista la capilla, giramos a nuestra izquierda y nos situamos ante el Retablo Mayor. Es obra de Cristóbal de Guadix (1.690-1.706), contando con banco, un gran cuerpo central dividido en tres calles separadas por dos grandes columnas salomónicas y ático. En la calle central se sitúa, como es costumbre, el Sagrario, sobre el que se dispone la escultura de san Vicente, obra del taller de Roldán, en el interior de un templete y, sobre éste, otro más pequeño, con una Inmaculada, de finales del XVII.
Retablo Mayor. Cristóbal de Guadix (1.690-1.706).
Calle central del retablo.
San Vicente preside el retablo.
En el ático se intuye, más que verse por la poca iluminación, un Calvario, obra de Roque Balduque y Juan de Giralte, por tanto de mediados del siglo XVI, mientras que la Virgen y san Juan son de 1.704, del taller de Roldán.
Ático del Retablo Mayor y bóveda del presbiterio.
Ático del retablo, con la escena del Calvario, y san Isidoro y san Leandro a los lados.
Lamento la falta de nitidez, pero la oscuridad era casi absoluta.
En las calles laterales se disponen relieves con escenas de la vida del titular de la parroquia: La Muerte de san Vicente en la cama y El Martirio en la parrilla en el lado de la Epístola y El martirio en la cruz de san Andrés y San Vicente ante Daciano en el del Evangelio. Rematan ambas calles esculturas de san Isidoro y san Leandro.
Retablo Mayor. Calle de la Epístola. Relieves con escenas de La Muerte de san Vicente en la cama (abajo) y El Martirio en la parrilla (arriba).
Retablo Mayor. Calle del Evangelio. Relieves con escenas de El martirio en la cruz de san Andrés (arriba) y San Vicente ante Daciano (abajo).
Destaca en los muros laterales del presbiterio la presencia de la sillería del coro. Inicialmente, el coro de la iglesia de san Vicente estaba exento de los muros, colocado en el penúltimo tramo, dejando tras de sí un espacio de comunicación entre las dos naves laterales. Imagino que sería al estilo de la actual iglesia de santa Ana, en Triana. Esta disposición se respetó hasta 1.566, en que se realiza una tribuna colocada sobre la puerta principal, quedando así totalmente despejada la nave central. En el año 1.650 ya hay constancia escrita de que existen en el coro escaños de madera con respaldos y cajones bajo el asiento para guardar los libros de canto.
La sillería del antiguo coro está adosada a los muros del presbiterio.
El progresivo deterioro con el paso de los años obligan a la parroquia a encargar una nuevoa sillería en 1.736 a Luis de Vilches, maestro de obras de arquitectura y de talla. Constaba de 27 sitiales por los que recibió 13.500 reales de vellón. Para el adorno de la sillería fue elegido Marcelino Roldán Serrallonga, que debía tallar 24 medallones de ciprés en altorrelieve, cada uno de ellos representando a un santo, y tres escenas de la vida de san Vicente. No tengo muy claro cuando ni adonde, pero el nuevo coro cambió de lugar, ya que la antigua tribuna donde se encontraba fue utilizada para colocar el órgano nuevo encargado al Maestro organero Manuel de Puertas y Villegas. Quizá fuera al emplazamiento primitivo, penúltimo tramo de la nave central, ya que en la obras de 1.884-1.855 se cegó la portada principal. Finalmente, en marzo de 2.001, y con cierta oposición, se trasladó la sillería al presbiterio del templo.

A quienes quieran profundizar en este tema aun candente, que enfrenta a arquitectos, arzobispado, parroquia, hermandades instaladas en el templo y feligresía, les recomiendo el enlace:


Terminando con la vista del presbiterio, a los pies del arco toral se sitúan dos ángeles lampadarios, realizados en 1.747 también por Marcelino Roldán Serrallonga y, en el lado del Evangelio, el púlpito, de madera tallada sobre peana de mármol rojo, con relieves de los cuatro Evangelistas en frontal y laterales, sobre cada uno de los cuales se observa el cuervo, símbolo de san Vicente.
Púlpito del templo.
Zona de la cabecera de la nave del Evangelio.
Pasando a la cabecera de la nave del Evangelio veremos el altar de la Virgen del Rosario, titular de la Hermandad Sacramental de este templo, que ocupa este lugar desde la restauración de 2.001. Se considera obra de Cristóbal Ramos, del siglo XVIII, aunque algunos autores la suponen del siglo anterior, perteneciente al círculo de Felipe de Ribas,  e intervenida posteriormente por Ramos. Otras fuentes citan al genovés criado en Andalucía Juan Bautista Patrone como autor de la talla.
Altar de la Virgen del Rosario.
En su origen, se trataba de una imagen de talla completa, que en el siglo XVIII fue mutilada para poder vestirla. En 1.982 fue devuelta a su condición original por Peláez de Espino y Manuel Escamilla, basándose en otras efigies y grabados de la época. Coronas, ráfagas y media luna son obras de José de Guzmán (1.778-1.779), todo en plata de ley, en tanto que el cetro es la pieza más moderna, del orfebre Rojas, en el XIX.
Virgen del Rosario. Siglo XVII-XVIII.
Acompañan a la Virgen santa Teresa, de autor anónimo y procedente del convento Casa Grande del Carmen y santa Bárbara, igualmente anónima del XVII, que formaba parte del antiguo retablo mayor. Por su excelente calidad, algunos autores han relacionado a esta última con el círculo de Martínez Montañés.
Santa Teresa de Jesús. Talla anónima del siglo XVII.
Santa Bárbara. Siglo XVII, atribuida a Martínez Montañés.
Encima de este altar están colocadas cuatro pinturas, muy necesitadas de limpieza y restauración, que igualmente formaban parte del antiguo retablo mayor. Fueron encargadas a Juan de Uceda, que entre 1.629 y 1.631 realizó dos de ellas: El martirio de san Vicente en el potro y La historia de la cama de rosas. Falleció el pintor y fue su colega, Francisco Varela, quien ejecutó en 1.636 las otras dos: El Martirio de san Vicente en la parrilla y San Vicente con el obispo Valerio ante el emperador Decio.
Pinturas del antiguo Retablo Mayor. Juan de Uceda y Francisco Varela, siglo XVII.
En el muro del Evangelio se abre la puerta de la sacristía y, a continuación, un arco ojival con verja de forja cierra la capilla de la Hermandad de las Siete Palabras. Al fondo de la capilla, enmarcado por un alto arco de medio punto con fondo de terciopelo rojo podemos admirar el Santísimo Cristo de las Siete Palabras, con la talla de la Virgen de los Remedios a sus pies.
Puerta de la sacristía y capilla de la Hermandad de las Siete Palabras.
San Antonio de Padua.
El Cristo de las Siete Palabras es obra atribuida tradicionalmente tanto al círculo de Pedro Roldán como al de Jerónimo Hernández, aunque en la actualidad parece que hay consenso al conceder su autoría a Felipe Martínez (1.681-1.682). La imagen procede de la extinguida iglesia del convento de san Francisco de Paula y le fue cedida en depósito en 1.881 a la hermandad de las Siete Palabras, que la convierte en su imagen titular.

Felipe Martínez es un escultor prácticamente desconocido en una época en que la escultura barroca estaba dominada por Luisa Roldán, La Roldana y Francisco Antonio Ruiz Gijón. Sin embargo, debió frecuentar los ambientes artísticos del siglo XVII, pues era hijo del también escultor Alonso Martínez, ahijado del flamenco José de Arce y yerno del pintor Juan Valdés Leal, con cuya hija Luisa, pintora y grabadora como su padre y su hermano, se casó. Aparte de este Crucificado, solo se conocen de Martínez dos obras más: una Inmaculada en la iglesia de san Juan del Puerto y la talla de la Virgen de la Europa en la iglesia de san Martín, que ya contemplamos en su momento.
Cristo de las Siete Palabras y Nuestra Señora de los Remedios.
Nuestra Señora de los Remedios, situada a los pies del Crucificado, tiene la curiosidad de ser la única Dolorosa antigua que tiene sus ojos de cristal de color azulado. Dirige su mirada hacia arriba, componiendo la clásica escena del Calvario, junto a San Juan Evangelista. Manuel Gutiérrez Reyes-Cano fue el autor de la efigie en 1.865, siendo el Evangelista obra de José Sánchez (1.859). En el paso de misterio estas figuras son acompañadas por las Tres Marías, realizadas también por Gutiérrez Reyes-Cano en la misma época que la Virgen.
Cristo de las Siete Palabras y Nuestra Señora de los Remedios.
En el lado del Evangelio de esta capilla se halla la imagen de Nuestra Señora de la Cabeza, realizada por Emilio Pizarro en 1.878, tallada originariamente como el Ángel de la Justicia del Misterio alegórico del Corazón de Jesús y reconvertida en Virgen por Manuel Escamilla en 1.956.
Nuestra Señora de la Cabeza. Emilio Pizarro, 1.878.
Virgen de la Cabeza. Detalle.
El lado de la Epístola está ocupado por nueve pinturas dispuestas a modo de retablo, destacando ente ellas La Virgen de los Remedios, obra de Pedro Villegas Marmolejo, sobre 1.590. Se trata de una pintura sobre tabla, rematada en medio punto. Constituía la tabla central del retablo que existía en la capilla de los Vargas de la parroquia de san Vicente.
El muro de la Epístola está presidido por la Virgen de los Remedios.
Villegas Marmolejo, sobre  1.590.
En el rincón, junto al conjunto pictórico, vemos una de las varias imágenes del Sagrado Corazón de Jesús que posee la hermandad.
Sagrado Corazón de Jesús.
Proseguimos el recorrido y llegamos ante la puerta del Evangelio, que da a la plaza de Doña Teresa Enríquez. En el pequeño pasillo, embutida entre azulejos, una hornacina cubierta mediante vidrio, contiene el busto de un Ecce Homo del siglo XVII. Procede del colegio de san Buenaventura, en el que recibía la advocación de Señor de la Humildad y Paciencia, siendo donado a la Hermandad Sacramental en 1.810.
Ecce Homo del siglo XVII, situado en la entrada del Evangelio.
Nuestra siguiente parada es la Capilla Sacramental. De traza rectangular y buen tamaño, parece haber sido formada por la unión de dos antiguas capillas, como atestigua el arco toral que separa las dos bóvedas, una de pañuelo y otra de media naranja, que la cubren, adornadas con vistosas pinturas. Fue construida en la segunda mitad del XVIII por Pedro de Silva.
Capilla Sacramental.
Retablo Mayor de la Capilla Sacramental. José Varela, 1.781.
El muro frontal está ocupado por un magnífico retablo barroco ensamblado por José Varela en 1.781.Consta de banco, un cuerpo dividido en tres calles y ático, adornado todo ello con numerosos detalles vegetales y abundante rocalla.
Cuerpo del retablo.
El cuerpo está presidido por la talla de Nuestro Padre Jesús de la Misericordia, espléndido Nazareno tallado por Felipe de Ribas en 1.641, año en que le fue encargada por una hermandad formada por sacerdotes. Sin embargo, la epidemia de peste de 1.649 acabó con la mayoría de los cofrades, por lo que fue donada a la Hermandad de las Ánimas Benditas, y de ésta, a la Hermandad Sacramental. En toda su historia tan solo ha recibido una restauración, llevada a cabo por Luis Ortega Bru en 1.977.
Nuestro Padre Jesús de la Misericordia. Felipe de Ribas, 1.641.
En las calles laterales se alojan seis figuras de santos: san Benito, san Bernardo, san Francisco de Paula, san Rafael, san Cayetano y san Antonio. El ático luce un medallón en relieve policromado que nos muestra la escena de La Sagrada Cena. Corona el retablo una imagen del Padre Eterno en actitud de bendecir.
Ático y bóveda del presbiterio.
Bóveda de media naranja de la Capilla Sacramental.
En los lados de la zona de la capilla más cercana a nosotros podemos observar, uno en cada muro, dos pequeños retablos, elaborados igualmente por José Varela. El de la izquierda (lado del Evangelio) está ocupada por la imagen de Gloria de la Virgen de la Cabeza, obra de talla completa realizada  por Roque Balduque a mediados del siglo XVI; en el ático vemos en una hornacina la pequeña figura de san Ramón Nonato.
Retablo de la imagen de Gloria de la Virgen de la Cabeza.
Virgen de la Cabeza (de Gloria). Roque Balduque, siglo XVI.
El retablo del lado de la Epístola nos muestra el grupo escultórico de la Santísima Trinidad, de autor anónimo y datado en el siglo XVIII. En el ático, santa Catalina de Alejandría.
Retablo de la Santísima Trinidad.
Tan solo nos queda admirar las pinturas situadas sobre la puerta de ingreso a la capilla, que representan una Alegoría Eucarística surgida de los pinceles de Herrera, el Viejo en 1.625 y los ángeles lampadarios situados en los cuatro pilares de la bóveda central.
Ángel lampadario de la Capilla Sacramental.
Finalizaremos nuestro recorrido en la zona más antigua del templo, en los pies del Evangelio, diáfana, sin tabiques ni rejas; tan solo una pequeña valla de madera de apenas un metro de altura nos impide el paso. En este lugar, encontramos la cruz de mármol original que señalaba la situación del cementerio de la parroquia, en la actual plaza de Doña Teresa Enríquez, donde se alza actualmente una réplica. Es de estilo renacentista, fechada en 1.582, compuesta por una columna abalaustrada apoyada sobre un basamento y coronada por una cruz que nos muestra a Cristo por delante y la Virgen María en la parte trasera.
Zona de los pies de la nave del Evangelio.
También de mármol y estilo renacentista es la Pila Bautismal, situada junto a la cruz. El pie es también abalaustrado, en tanto que la doble taza presenta talla de venera en la parte inferior.
Pila Bautismal.
En los muros cuelgan una serie de pinturas sobre las que no poseo datos y, casi en la esquina, hay una pequeña y sencilla puerta que, por su situación, debe constituir el acceso a la torre.
Pies de la nave del Evangelio.
La iglesia de san Vicente parece no haber sufrido grandes desperfectos a lo largo del tiempo (terremotos, incendios, invasión francesa, desamortizaciones, Guerra Civil), salvo los llevados a cabo por los mandamases de turno que, por fortuna, parece que se han reparado en gran medida posteriormente. A causa de ello, podemos contemplar una iglesia típica gótico-mudéjar (con algún añadido) que contiene en su interior una serie de piezas de antigüedad y valor artístico muy interesantes. Es una pena, aunque comprensible, que algunas de sus capillas no se puedan visitar por dentro, ya que la longitud y estrechez de las mismas impide apreciar todos los detalles, pero comprendo que tampoco es cuestión de poner un guarda de seguridad en la puerta de cada una.

La carencia de rótulos, mal endémico de los templos de nuestra ciudad, también tiene lugar aquí, aunque queda paliada en parte por la información proporcionada por las páginas web, tanto de la parroquia como de las hermandades de las Penas y las Siete Palabras. También sería sencilla la organización del alumbrado de las capillas, en las que numerosos focos deben haber sido desplazados de su posición original y apuntan al espectador más que a las obras expuestas. En cualquier caso, se trata de una visita muy recomendable.

Hay un escalón de unos cinco centímetros a la entrada del templo.

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