Historia, leyendas y curiosidades de nuestra ciudad.

Historia, leyendas y curiosidades de nuestra ciudad y sus alrededores

sábado, 24 de diciembre de 2016

La leyenda de don Miguel Mañara y el Hospital de la Caridad -II y final.

Ya es hora de volver al patio principal y entrar en la iglesia. Confieso que sabía muy poco sobre ella antes del día de hoy; apenas que era barroca y que guardaba lienzos de Valdés Leal. Gran error, ya que si hay un calificativo que la pueda describir adecuadamente es el de suntuosa. El Retablo Mayor es espectacular, comparable, si se me permite la osadía, al de la iglesia del Salvador. Los retablos laterales son igualmente de gran mérito y la cúpula es sencillamente magnífica.
Entrada a la iglesia.
Puerta de acceso.
Pero, como decía Jack, el destripador, vayamos por partes. Nada más entrar, veo de frente un cuadro de Valdés Leal, pero no un cuadro cualquiera del insigne pintor y grabador, sino nada más y nada menos que el “In ictu oculi”, en mi opinión uno de los dos mejores cuadros del autor. Me acerco y lo admiro con deleite, me doy la vuelta y ¡sorpresa!, sobre la puerta de entrada está la pareja, el “Finis gloriae mundi”, también de 1.672. ¿Cómo puede un sevillano de a pie ignorar que dos obras de esta categoría están juntas y en un sitio tan accesible como éste?
In ictu oculi. Valdés Leal, 1.672.
Finis gloriae mundi. Valdés Leal, 1.672.
Pero hay más, mucho más. Desde los pies de la iglesia el Retablo Mayor se ve  un panorama impresionante. Pero de nuevo me adelanto… Comenzaré el recorrido por el lado derecho, en dirección al Altar Mayor.
Vista del Retablo Mayor desde el sotocoro.
Pila junto a la entrada.
Para abrir boca, nos encontramos con un Murillo que no fue robado por el Mariscal Soult (otra vez el puñetero gabacho) durante la ocupación francesa. Se trata de “Santa Isabel de Hungría curando a los tiñosos y dando de comer a los pobres”, pintado por el autor sevillano y Hermano de la Santa Caridad en 1.672.
“Santa Isabel de Hungría curando a los tiñosos y dando de comer a los pobres”. Murillo, 1.672.
Sobre Santa Isabel, una copia realizada en 2.008 del “San Pedro liberado por el Ángel”, que desgraciadamente sí se llevó Soult (junto con otros tres cuadros más de Murillo de esta misma iglesia) y que ahora se expone en el Hermitage, de San Petesburgo. Representa el pasaje narrado en los “Hechos de los Apóstoles” en el que San Pedro, encarcelado por Herodes Agripa es visitado por un ángel que le libera de sus cadenas y le conduce a la libertad. Mañara quería representar con este cuadro la sexta de sus Obras de Misericordia: redimir al cautivo.
San Pedro liberado por el ángel. Copia sobre original de Murillo.
Después encontramos el retablo del Cristo de la Caridad, ensamblado por Bernardo Simón de Pineda, que enmarca la talla de Pedro Roldán de 1.670. Muestra a Jesucristo orando antes de iniciar la Pasión, según lo imaginó el propio Mañara; es de resaltar que esta posición de Cristo era inédita hasta entonces.
Retablo del Cristo de la Caridad. Bernardo Simón de Pineda.
Cristo de la Caridad. Pedro Roldán, 1.670.
La copia de "La curación del paralítico en la piscina" (de nuevo Soult; el original está en la National Gallery de Londres) ocupa el espacio sobre el retablo. Representa un pasaje del Evangelio de San Juan en el que narra: “Hay en Jerusalén una piscina llamada Betzata, junto a la que yacían multitud de enfermos, ya que, cuando las aguas se agitaban por sí solas, el primero que entraba en ellas se curaba de sus dolencias. Había allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. Jesús le preguntó si quería ser curado; el enfermo le respondió: “Señor, no puedo por mí solo acudir a la piscina cuando el agua se mueve y nadie quiere ayudarme”. Jesús le contestó que se levantara, tomara su camilla y se marchara. El tullido se levantó, ya curado y, siguiendo las indicaciones del Maestro, tomó su camilla y se marchó.
"La curación del paralítico en la piscina". Copia del original de Murillo.
Mañara eligió este asunto para iluminar la quinta de sus Obras de Misericordia: visitar a los enfermos.

El siguiente es el retablo de San José. Dotado por don Francisco del Castillo y su mujer, doña Francisca de Castro, las sepulturas de ambos se encuentran al pie del altar. Se debe también a la mano de Bernardo Simón de Pineda. Inicialmente estuvo presidido por un lienzo que representaba "La flagelación de Cristo", de Juan Fernández Navarrete, el Mudo, pintor de cámara de Felipe II, pero el aspecto borroso que lucía la pintura hizo que en el siglo XVIII fuese cambiada por la escultura de San José, proveniente de un discípulo de Pedro Roldán.  En el ático, la representación de San Juan Bautista, niño, de Bartolomé Esteban Murillo.
Retablo de San José. Bernardo Simón de Pineda.
Ático: San Juan Bautista, niño. Murillo.
Sobre el retablo de San José luce un óleo de 1.670 y de gran formato, también de Murillo, "La multiplicación de los panes y los peces". Mañara eligió este tema para simbolizar la primera de las Obras de Misericordia: dar de comer al hambriento.
"La multiplicación de los panes y los peces". Murillo, 1.670.
A ambos lados del retablo vemos dos nuevos óleos. Uno de ellas representa a San Pedro y otro a un fraile (seguramente san Antonio) con el Niño Jesús en brazos. Desgraciadamente no he podido averiguar sus autores, ni la época en que fueron creados.
San Pedro.
¿San Antonio de Padua? ¿San Juan de Dios?
Nos desviamos al pasillo central y, mirando hacia arriba, podemos admirar los frescos pintados en la Cúpula del Antepresbiterio por Valdés Leal entre 1.678 y 1.682. 
Cúpula del Antepresbiterio. Frescos de Valdés Leal.
Siguiendo instrucciones de Miguel Mañara, bajo las enjutas dispuso cuatro santos cristianos que practicaron la caridad activa entre los siglos I y IV: San Juan Limosnero, San Julián, Santo Tomás de Villanueva y San Martín de Tours. En las pechinas campean los cuatro Evangelistas, reveladores de la Verdad cristiana, a cuya búsqueda consagró Mañara su apostolado seglar. En los “gajos” de la cúpula se presentan ocho ángeles con los atributos de la Pasión de Cristo, únicos emblemas admitidos en el templo, pues Mañara prohibió a los Hermanos la colocación de escudos de armas o cualquier otro signo de vanidad mundana. Estos atributos de Cristo serían: la columna de la flagelación, la corona de espinas, el paño de la Verónica, la lanza de Longinos y la caña con la esponja, el rótulo de la cruz, con clavos y tenazas, el sudario de Cristo, la clámide y la caña de la coronación y la escalera del descendimiento.
San Juan Limosnero, san Julián, santo Tomás de Villanueva y san Martín de Tours.
Si miramos hacia atrás, veremos que estamos a la distancia ideal para admirar el Coro en el piso alto y, sobre todo, el enorme fresco de Valdés Leal  "El triunfo de la Santa Cruz". 

Esta pintura viene a poner punto final a todo el programa iconográfico de la iglesia, ya que su simbología señala que nadie que no se despoje de sus riquezas terrenales entrará por la puerta del Reino de los Cielos. En ella se representa uno de los episodios de la Historia de la Santa Cruz, recogida en La Leyenda Dorada.
Coro de la iglesia, con el fresco "El Triunfo de la Cruz" de Valdés Leal.
Narra el momento en el que el Emperador de Bizancio, Heráclito, después de haber rescatado la Cruz de Cristo que el monarca persa Corroes había robado de Jerusalén, se presenta delante de las puertas de esta ciudad, con la intención de entrar triunfalmente en ella. En ese momento un ángel se apareció al Emperador y a su séquito, indicándole que por aquella puerta había entrado Cristo montado en una borriquilla y acompañado de su humilde cortejo de Apóstoles, y que él no podía hacer ostentación entrando con su corte imperial revestida de lujos y galas. Heráclito entendió el mensaje y comenzó a despojarse de sus esplendorosas vestiduras para entrar en Jerusalén.

El argumento de esta pintura viene a reflejar que de la misma manera que Heráclito no pudo entrar en la ciudad revestido de su pompa y boato, tampoco nadie entrará con sus riquezas en el Paraíso.

A nuestros pies, una estrella de ocho puntas confeccionada con mármoles de diferentes colores luce un corazón de Jesús y la leyenda "faeneratur domino qui miseretur pauperis", que debe significar algo parecido a  "Es interés del Señor la compasión por los pobres".
"Es interés del Señor la compasión por los pobres" (más o menos).
Y ya estamos plantados ante el Retablo Mayor. Es obra, como no, de Bernardo Simón de Pineda en lo arquitectónico, de Pedro Roldán en la imaginería y de Valdés Leal en todo lo relativo al dorado y la policromía. Esto sí que es fichar a tres cracks, y no lo que hace Florentino Pérez con el Real Madrid.

Está concebido como un fastuoso baldaquino, con grandes columnas salomónicas. En las calles laterales se disponen las figuras de San Jorge, Patrono de la Hermandad, y San Roque, abogado frente a la peste. Encima, una cartela con el lema "Mortus et sepultus" da paso al coronamiento, en el lucen las tres virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad.
Detalles del Retablo Mayor, desde arriba hacia abajo.
Preside el conjunto la composición del Santo Entierro, que simboliza la séptima Obra de Misericordia de la Hermandad y constituye el fin principal del instituto: enterrar a los muertos.
Detalle del Santo Entierro, motivo principal del retablo.
A los lados del Cristo yacente aparecen las figuras de san Jorge y san Roque:
San Jorge.
San Roque.
Tras admirar el magnífico Retablo Mayor, giramos ciento ochenta grados y comenzamos el recorrido del lado opuesto en sentido inverso.

En primer lugar, la cripta en la que está enterrado don Miguel Mañara. Lamentablemente, no es visitable, aunque sí voy a incluir algunas fotografías que he tomado prestadas de la página web de la Hermandad:
Entrada a la cripta.
El Retablo de Nuestra Señora de la Caridad es otra muestra del talento de Pineda y de Murillo. Los 20.000 reales que costó fueron sufragados por don Gregorio Pérez, con la condición de que se le colocara en él una Virgen con el Niño antigua que poseía la Hermandad desde el siglo XVI. Restaurada por el propio Pineda, la situó sobre una peana concepcionista, con el fin de que los nuevos hermanos que ingresaran en la Orden pudieran realizar ante ella el obligado juramento a la Inmaculada. Fue terminado en 1.671. El lienzo del Niño Jesús, en el ático es, como comenté anteriormente, obra de Murillo.
Retablo de Nuestra Señora de la Caridad.
Sobre el retablo, otro Murillo de gran tamaño: "Moisés haciendo brotar agua de la peña". Representa el milagro realizado por Moisés en la peña de Horeb, durante la travesía de los israelitas por el desierto en busca de la tierra prometida. Mañara escogió este asunto para simbolizar la segunda de sus Obras de Misericordia: dar de beber al sediento.
Moisés haciendo brotar el agua de la peña. Murillo, 1.627.
El Retablo de la Anunciación es el siguiente en nuestro camino. Fueron sus promotores el Mayordomo de la Santa Caridad, don Enrique Enríquez Tol y su esposa, doña María Antonia del Castillo, que están sepultados al pie del Altar.

Inicialmente, el retablo estaba presidido por un lienzo de la Encarnación, pintado por Ignacio de Iriarte, que “desdecía del adorno, curiosidad y riqueza de los otros retablos de la Iglesia. Ante esta circunstancia, el marqués de la Granja, Capitán General de las Galeras de Nápoles, decidió donar el actual cuadro de Murillo, aceptándose el cambio en 1.683.
Retablo de la Anunciación.
Anunciación de la Virgen. Murillo.
El gran óleo que luce sobre el retablo de la anunciación es copia de otro Murillo robado por el infame Soult, “La vuelta del hijo pródigo”, cuyo original se encuentra ahora en la National Gallery de Washington. Es de resaltar la buena calidad de estas copias, realizadas en el año 2.008 por el taller de Juan Luis Coto, y cuyo fin no es otro que restablecer el programa iconográfico del templo. De hecho, simboliza la cuarta de las Obras de Misericordia de Mañara: vestir al desnudo.
Abraham recibiendo al hijo pródigo. Copia del original de Murillo.
Igual consideración merece la copia de ”Abraham recibiendo a los tres ángeles”, también de Murillo, cuyo original sufrió los mismos avatares y ahora se expone en la National Gallery de Ottawa.

El cuadro representa el pasaje del Génesis en el que Abraham, sentado a la puerta de su hacienda ve pasar a tres peregrinos, que en realidad son ángeles, y les ofrece bebida y comida. Muestra la tercera Obra de Misericordia: dar posada al peregrino.
Abraham recibiendo a los tres ángeles. Copia del original de Murillo.
Y ahora, permitidme una reflexión propia. Un poné;  si cuando los marroquíes pusieron los pies en el islote de Perejil, que al fin y al cabo no es más que un cacho de pedrusco en medio del mar, se lió la que se lió, ¿por qué en casos de expolio tan bien documentados como los que hicieron los franceses durante la ocupación, y particularmente el Mariscal Soult, no se plantea la reclamación de los bienes robados?

En fin, sigamos. Bajo este cuadro vemos un retablo que simboliza la idea que tenía Mañara de lo que debía ser la finalidad de la Hermandad: servir a los pobres. Eligió como símbolo de este deseo a  San Juan de Dios y, como siempre, Murillo supo reflejar fielmente el deseo de don Miguel.

La tela del retablo nos muestra a San Juan de Dios, franciscano portugués que se estableció en Granada en 1.536. Apóstol de la caridad, funda la Orden de la Misericordia el mismo año. En una noche de tormenta, cuando se dirigía a su pequeño hospital cargando un enfermo que se podía valer por sí mismo, un ángel bajó para aliviarle del peso, recompensando con esta milagrosa aparición su gran labor asistencial.
San Juan de Dios ayudado por un ángel. Murillo.


En 1.673 se inauguró la nueva enfermería y, siguiendo estas pautas, los enfermos fueron llevados a sus camas por caballeros hermanos de la Orden.

Veamos algunas fotografías que se me han quedado sueltas:
Interior del arco que separa el presbiterio de la nave principal.
Pequeño retablo con relieve de un Cristo cautivo.
Ángel lampadario.
Ornamentación de los muros laterales del presbiterio.
Friso ricamente decorado sobre el que se apoya la bóveda.
Techo del sotocoro.
Púlpito.
En el exterior del edificio se encuentran los llamados Jardines de la Caridad, en los que se erigió una estatua dedicada a don Miguel Mañara, copia de la que Antonio Susillo esculpió para los duques de Montpensier.
Ya podemos dar por finalizado el paseo. Hemos visto todo lo visitable y comprobado que el patrimonio cultural de Sevilla sigue siendo enorme … y desconocido.

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